La sociedad se encuentra en constante movimiento. La educación, como pilar fundamental de la misma, también va cambiando de manera progresiva con ella, aunque no siempre al mismo ritmo, tratando de adaptarse a las necesidades que demanda. El incorrecto enfoque por parte del profesor (o el incorrecto entendimiento por parte del alumnado, padres, comunidad educativa en general…) del verdadero sentido de la escuela ha hecho mella en lo que como (futuros) profesores queremos inculcar, dando lugar a conexiones erróneas que lo vinculan directamente con la obtención o no de un empleo (a veces incierto) de los que (han sido, son y) serán nuestros pupilos. Además de alcanzar una serie de objetivos, transmitir correctamente una serie de contenidos, evaluar siguiendo unos criterios, hacer partícipes al alumnado de los procesos de enseñanza-aprendizaje (feedback) y fomentar el resto de tipologías relacionales existentes (profesor-alumno, la recíproca alumno-profesor e incluso alumno-alumno, padres-alumno, padres-profesor etc…), lo que realmente queremos alcanzar se resume en una palabra que reduce todas estas interacciones, aprendizajes, enseñanzas, procesos, habilidades, destrezas, competencias y conocimientos: EDUCACIÓN ESCOLAR.
Personalmente distingo dos tipos de subcampos dentro de este término: la educación en conocimientos (que englobaría todo aquello relacionado con las materias en cuanto a lo que nosotros conocemos como contenidos "conceptuales" y "procedimentales") y, por otro lado, la educación en valores (también estrechamente relacionado con las materias, aunque no en su totalidad, pues este tipo de contenidos clasificados como "actitudinales"). En cambio, a veces, olvidamos la última rama que he mencionado y que no por ello es menos importante (fundamental) ya que es la que conseguirá formar a nuestros alumnos en el tipo de ciudadano crítico-reflexivo que pretendemos que llegue a ser el día de mañana, con personalidad propia, principios, valores, actitudes, comportamientos…

Un dilema moral (definición propia) se trata de una situación compleja que requiere solución a través de una toma de decisiones (no siempre sencillas) con una base moral. Estas decisiones, normalmente, no son más o menos acertadas, sino que producen un conflicto en el individuo debido a la carga ética que contienen. El individuo ha de "priorizar" entre sus valores para llegar a la solución "más acertada" (en cuanto a él se refiere) y poder "resolverlo". Me topé por primera vez con un dilema moral (al menos que yo recuerde) en mi primer curso de carrera (concretamente en la asignatura de "Psicología del Desarrollo") y me pareció una manera fascinante de "poner a prueba" los valores de cada niño en la Educación Primaria. De esa manera busqué por la red y me topé con algunos muy complejos a la vez que interesantes. Los adapté a los niños modificando/añadiendo algunos matices, preferentemente contextuales, que tuve muy en cuenta en aras de favorecer la empatía entre alumno, personaje(s) y situación:
1. Edad: normalmente, no venía ningún tipo de edad predeterminada. Simplemente, no parecía relevante, así que yo les puse una edad igual (o cercana) con el fin de favorecer el "ponerse en la piel de".
2. Ubicación: otro aspecto que normalmente se pasaba por alto. No evidenciaba en ningún caso en dónde se producían los acontecimientos. Elegí la población de San Fernando de Henares dado que mi centro de prácticas se ubicaba allí y el lugar donde residían todos los niños. Además, también solía situarlos más específicamente en un centro escolar e incluso en el mismo colegio.
3. Situación: buscaba situaciones cercanas a las que se suele dar en el aula y que suponen un "problema" a la hora de resolverlos: robos con algún testigo, situaciones conflictivas en el recreo, agresiones.... que requieren de muchos valores que poner "sobre la palestra".
4. Preguntas: añadí una serie de "preguntas guía" para que a los niños les fuese más fácil reflexionar. En algunos casos, invertía los papeles de los personajes y/o les involucraba de forma directa en el conflicto, haciéndoles testigo, o poniéndoles en la piel de algún personaje principal para ver su reacción, su argumentación, etc... .
5. Debate: lo que más nos gustaba a todos y, sin duda, de lo que más disfrutábamos de la actividad. Pensé que el hecho de tener una gran variedad de respuestas y justificaciones enriquecería a los niños, a la vez que les haría contemplar más de un punto de vista. También quería valorar hasta qué punto podían defender sus respuestas, si variaba conforme escuchaban a otros compañeros o si por el contrario permanecían inalterables.
El resultado de este pequeño "experimento" fue todo un éxito para los alumnos (que estaban deseando que llegase el día para que les trajese más) y de algunos profes que me felicitaron por una iniciativa así (de hecho algunos me pidieron copias para llevarlo a cabo en sus clases también). No es, ni mucho menos, el invento del siglo, pero creo que son estas pequeñas acciones las que marcan la diferencia entre una enseñanza tradicional (el famoso librito de "Educación a la ciudadanía") y una enseñanza innovadora, atractiva, con el mismo objetivo que la primera pero llegando de diferentes maneras, una enseñanza más personalizada y orientada a extraer el máximo potencial de los niños, trabajando de una manera de lo más cómoda y divertida posible para ellos (y también para nosotros, los profes).
Por ello, me gustaría dar un buen cierre con una cita sobre la educación, aunque para mí es mucho más que una simple frase célebre que alguien pudo decir en un momento dado de su vida: es un eco resonante en mi cabeza cada vez que enseño, un himno, un lema, una insignia y una bandera. El verdadero objetivo a conseguir para el buen profesor y lo que de vez en cuando hay que enseñar, recordar, grabar y transmitir (en ese orden) cada vez que ejercemos nuestra maravillosa profesión:
"Un buen profesor es aquel que muestra lo que sabe; el mejor profesor es el que enseña lo que es"
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